Desde el principio, en América, las actividades económicas de los jesuitas suscitaron rencores y hostilidad por parte de los criollos/encomenderos de la tierra. De ahí surgieron, en el Paraguay, dos crisis políticas mayores, la una en 1642, la otra en 1717. Ambas crisis fueron uno de los motivos que tuvo el gobierno de Carlos III para disolver la Compañía. En aquella ocasión, Campomanes sacó a relucir las acusaciones que, desde mediados del siglo XVI, venían dirigidas contra los jesuitas: su avidez y espíritu de lucro les había llevado a cometer actos que mal se compaginaban con su condición de religiosos: habían llegado a constituir un Estado dentro del Estado; las inmensas riquezas de que disponían les permitían ejercer una influencia nefasta y ser una amenaza gravísima para el poder real.